El rabino Micah Goodman del Shalom Hartman Institute de Jerusalem analiza el rol de la guerra en diversas culturas. Hay culturas cuyo mito de creación es una gran guerra. El pueblo Mapuche se origina a partir de una guerra entre dos serpientes marinas. Para la Grecia clásica el mundo se gesta por una gran contienda entre dioses. Situar a la guerra como mito originario implica que los humanos somos fruto de la guerra. Para el judaísmo, el mundo no es producto de una guerra. Pero aunque la Torá trae la idea de que el mundo no empieza con una guerra, leemos que terminará con una guerra. Saca la guerra del principio y la pone al final. El mito de guerra no es fundacional, es un mito escatológico: la guerra de Gog y Magog.
¿Por qué el mundo terminaría en una gran guerra? Yoel Talmon explica que se trata del concepto de revolución. Marx plantea que la única manera de curar este mundo es destruyéndolo totalmente para fundar un mundo nuevo. La idea del apocalipsis es la antítesis de Tikún Olam: solo llegaremos a un mundo perfecto arrasando el mundo existente, porque este mundo no puede ser reparado. La expresión secular de este mito es la revolución. La expresión religiosa es el apocalipsis.
La Torá tiene un evento apocalíptico: el Diluvio Universal. El apocalipsis no está al final sino al principio justamente para neutralizar la idea apocalíptica de la revolución. La humanidad se corrompe y D´s manda el Diluvio para borrar de raíz al género humano y comenzar desde cero. Pero la experiencia demuestra que después, todo sigue igual. El Diluvio neutraliza la idea de que después de la destrucción viene algo mejor pues D´s promete que no ocurrirá más. Si algo no te gusta, no lo destruyas, trabaja sobre él y mejóralo.
Y sin embargo Ezequiel 38 narra acerca de la guerra de Gog y Magog. Inmediatamente antes de esta visión apocalíptica, en Ezequiel 37, leemos acerca de los huesos secos. D´s pide a Ezequiel que profetice a un montón de huesos secos para que revivan. Los huesos reviven y forman un gran ejército que retorna a Israel desde los países a donde habían sido expatriados y reconstruyen la nación. La metáfora es conmovedora. Los huesos secos de Ezequiel dicen “Avdá tikvateinu”, se perdió nuestra esperanza. Dos mil años después, Hatikva les responde “Od lo avdá tikvateinu” todavía no se ha perdido nuestra esperanza.
Y entonces pasamos al capítulo 38 donde D´s anuncia a Ezequiel que en el final de los días (ajarit haiamim) Gog, rey de Magog liderará una coalición de muchos pueblos (amim rabim) armados con la mejor tecnología del momento, para invadir Israel. E Israel se sentirá tan segura porque acaban de llegar desde muchos pueblos (amim rabim) que no tendrán murallas ni puertas. El ataque provendrá de los mismos pueblos desde donde acaban de regresar. Y entonces D´s se enojará, habrá un gran terremoto, fuego, granizo y azufre caerán desde el cielo y D´s destruirá a los muchos pueblos (amim rabim) quienes reconocerán a D´s.
Pero Ezequiel no es el único que tiene una visión del fin del mundo. El capítulo 2 de Isaías dice que en el final de los días (ajarit haiamim) fluirán hacia Sion muchos pueblos (amim rabim) y dirán: Subamos al monte de D´s “ki mi Tzión tetzé Torá udvar Hashem mirushalaim” porque de Sion saldrá la Torá y la palabra de D´s de Jerusalem. Y convertirán sus espadas en arados y sus lanzas en podaderas, no se alzará más nación contra la otra y no aprenderán más la guerra.
¿Quién tiene razón, Ezequiel o Isaías? Ambos profetas usan las mismas palabras. Al final de los días (ajarit haiamim), vendrán a Israel muchos pueblos (amim rabim). La historia termina dos veces con la misma estructura. En uno, amim rabim vienen a una gran guerra; en el otro, vienen a aprender que ya no hay más guerra.
¿Por qué nos da dos finales distintos? Es como un cuento del tipo “escoge tu propia aventura”: la historia termina igual pero los caminos para llegar los eliges tú. Nuestros miedos por el futuro son nuestros miedos por el presente. Hoy el apocalipsis puede ser ecológico (calentamiento global) o de guerra (Irán, Corea del Norte). Cada uno tiene su propio mito y según eso trabajará. Como dice
Micah Goodman: “Dime cómo crees que terminará el mundo y te diré qué tipo de mundo quieres crear”. Israel siempre está al borde de la destrucción. ¿Será por Irán? Hay que aumentar las armas. ¿Será por la falta de agua? Hay que hacer tratados con los vecinos, invertir en tecnología.
Isaías y Ezequiel hablan también a nuestros propios optimismos y pesimismos. Si creemos que terminaremos siendo lastimados, si esperamos ser agredidos, viviremos creando más y más defensas lo que hará que la profecía se cumpla necesariamente. Si confiamos en los demás, quizás podamos bajar la guardia, inspirar más que amenazar y generar el entorno propicio para la armonía y la colaboración. Nuestro pesimismo u optimismo pueden cambiar nuestra vida.
Baruj Spinoza dice que no conocer el futuro genera ansiedad y que la religión sirve para calmarnos dándonos certeza. Pero la Torá nos da dos versiones contradictorias del futuro, no nos da ninguna certeza. Si tenemos un entendimiento claro de hacia dónde vamos, trabajaremos para ello. La Tora nos da el final de Ezequiel y el final de Isaías para que decidamos qué futuro queremos.
Mirar el futuro con optimismo puede ayudarnos a construir un presente que nos lleve a un futuro mejor.
Por Gachi Waingortin.
MAS NOSOTROS ESPERAMOS CIELO NUEVO Y TIERRA NUEVA DONDE MORA LA JUSTICIA Y LA PAZ.