Cerca de la casa de Rabí Ieshaiahu de Praga, se paraba un hombre ciego que vendía galletitas en la vía pública. Durante los crudos días del invierno estaba de pie durante horas hasta que vendía toda su mercadería, además temiendo de las autoridades ya que no contaba con el permiso correspondiente para hacerlo.
Cierta vez le fue confiscada la producción por dicha razón y el pobre hombre se dirigió a Rabí Ieshaiahu, volcando delante de él su corazón.
A partir de ese momento cada día el Rabino le compraba toda la existencia de masitas y las distribuía entre los alumnos de la escuela.
Algunos preguntaron a Rabí Ieshaiahu ¿cual era el sentido de semejante comedia, no era más fácil darle el dinero diariamente?
«De ninguna manera», contestaba el Rav, «Esta persona siente que está haciendo algo útil, dando un servicio al proveerme de galletitas, y a través de ello gana su sustento de forma digna, ¿cómo puedo, pues, negarle esta posibilidad? ¿Ya ha perdido la vista, debe también perder el honor?»
Abundan historias en la Biblia como también en el Talmud del cuidado que uno debe tener con el honor del prójimo.
«¿Quién es el honrado?» preguntan nuestros sabios en Pirkei Avot (4:1) y responden: «El que honra a los demás.»
El Rebe señala que la palabra hebrea por «los demás» empleada en este caso, «Briot», quiere decir «criaturas», o sea el honrado es el que honra a las criaturas. La implicancia es que el verdadero «honrado» es el que puede honrar y respetar hasta aquel que no tiene ninguna cualidad más allá de ser una «criatura», de haber sido creado por D-os.
Entiendo de esto que el honor que se fundamenta en lo que uno tiene, es un honor relativo. En cambio el honor que uno da por lo que el otro es, es un honor absoluto e incondicional, ya que cada uno – sin excepción – es una criatura Divina.
Encontramos que nuestros sabios han permitido no señalarle a uno que está transgrediendo una prohibición de origen rabínico si el corregirlo en el momento llevaría a una situación de vergüenza.
Vemos también que si uno está en camino a cumplir con la Mitzvá de Brit Milá o Korbán Pésaj y encuentra un cadáver en el camino, debe ocuparse con él aunque implique la postergación del cumplimiento de los preceptos mencionados. La razón es la importancia que se le da a la dignidad humana aun después de la vida.
El Talmud cuenta de una pareja que solían dejar dinero debajo de la puerta de determinadas familias necesitadas. Una vez, luego de dejar el dinero, el dueño de casa abrió la puerta para ver quién era el benefactor anónimo. Se dieron media vuelta y huyeron. El dueño de casa los persiguió y la pareja se metió en una panadería a esconderse. El único lugar dónde podían esconderse fue dentro del horno prendido. Se metieron adentro y al quemarse los pies del sabio los puso arriba de los pies de su esposa que no se vieron afectados por el calor del piso del horno. Al rato salieron para volver a su casa.
Nuestros sabios señalan que de este episodio podemos aprender que es mejor meterse en un horno encendido con tal de evitar avergonzar al prójimo. (Explican que la razón por la que lo pies de la mujer no se quemaban mientras que los de su marido sí, es porque la Tzedaká del hombre consistía en dar dinero con el cual el pobre tenía que recién salir a comprarse comida. En cambio la mujer, que se encontraba en la casa, podía darle de comer enseguida a los pobres que pasaban por su casa en busca de algo para calmar su hambre…)
Jabad