Recuerda lo que te hizo Amalek
Extraído de Nosotros y el tiempo. Rab Eliahu Kitov
Los Sabios explicaron: …que salió [korjá] a vuestro encuentro… (Deuteronomio 25:18); es decir, “os enfrió” [de la raíz hebrea kar] ante el resto de las naciones del mundo. ¿Con qué puede compararse ello? Con una tina de agua hirviente a la que nadie puede introducirse. Viene entonces una persona despreciable y se zambulle dentro de ella. Aunque sufrió escaldaduras, enfrió el agua para que otros puedan meterse en ella. De igual manera, cuando el pueblo de Israel salió de Egipto, todas las naciones le temían, como expresa el versículo: Angustiáronse los príncipes de Edóm… y el miedo y el temblor se apoderó de ellos (Exodo 15:15 16). Pero cuando vino Amalék y luchó contra Israel -aunque fue vencido-, los enfrió [es decir, hizo que se vieran menos imponentes] ante el resto de las naciones del mundo (Ialkut Shimoní, Ki Tetzé 938).
Antes de que comenzara a brillar el “sol” de nuestro Patriarca Avraham, el mundo entero estaba sumido en una intensa desolación. Era como si la luz se hubiera extinguido y el mundo estuviera destinado a hundirse en un abismo de corrupción, maldad y paganismo. Vino entonces Avraham y encendió una brasa. Sus hijos lo siguieron y avivaron esa brasa, convirtiéndola en una llama imponente que irradia luz y calor. Cuando los Hijos de Israel salieron de Egipto en medio de extraordinarias maravillas y la revelación milagrosa de la Divina Presencia, todos los judíos, todos los egipcios, y todos los pueblos del mundo, comprendieron que sólo Di-s es Rey y nada existe fuera de El.
La existencia entera se mantuvo expectante ante la llegada de tan enaltecida ocasión: Di s descendería al Monte Sinaí y hablaría directamente al hombre, cara a cara. El orgullo del hombre se desvanecería y sólo Di s Se alzaría excelso ese día. Las falsas deidades estaban a punto de desaparecer. Di-s Se revelaría ante Su pueblo y lo designaría su emisario para la humanidad, para iluminar el camino de aquellos. ¿Podía existir alguna otra nación tan osada como para argüir: ¿Quién es Di s, que tengamos que escucharlo? (Exodo 5:2).
Todo el pueblo de Israel estaba preparado para la ocasión, listo para encaminar a los demás pueblos del mundo hacia El, como ocurrirá en el Final de los Días. Y fue entonces que vino Amalék, el malvado, y lo arruinó todo. Se lanzó dentro del fuego, un fuego al que todos temían, y se quemó, pero lo enfrió para los demás. Y ahora, ¿qué argumentaron los demás pueblos? Dijeron: “La lucha continúa. Sólo nos hemos rendido temporalmente”. La rectificación del mundo volvía a ser postergada por muchos años, hasta el Final de los Días.
En cuanto a Israel, pese a ver que Amalék se había quemado, también se encontró con que su fuego y la fuerza de su propia fe se habían enfriado. ¿Quién hubiera creído que existía una nación con la audacia de librar batalla contra el pueblo judío después de todo lo que había acontecido? Sin embargo, ¡vino Amalék y lo hizo!
La batalla continúa. Israel aún no ha perdido su miedo al hombre mortal, no lo ha reemplazado con el temor a la majestuosidad y grandeza de Di-s. Amalék atacó sus puntos débiles, introdujo miedo en aquellos cuyas manos evadían el yugo de la responsabilidad Divina, y sembró angustia y desesperación en los corazones de quienes eran fuertes.
Cuando el pueblo se paró frente al Monte Sinaí, tras combatir con Amalék, algo de la integridad de su corazón había desaparecido. Esta leve flaqueza se manifestó más tarde en una serie de actitudes graves. De esta manera, la rectificación de Israel, y el consecuente progreso espiritual del mundo, fueron postergados.
Han transcurrido ya más de tres mil años desde entonces y la redención final aún no ha llegado. El mundo sigue al borde del abismo; y todo a causa de esta vil serpiente: Amalék, el malvado, sean borrados su nombre y su recuerdo.
Y SERá CUANDO DI S TE ALIVIE DE TODOS TUS ENEMIGOS
El realiza maravillas que superan toda indagación (Iyov 9:10). ¿Existe lo imposible para Aquel cuyos actos sobrepasan todo cálculo o medición? ¿No podría haber subyugado a Amalék para que no osara atacar a Israel? ¿No podría haberlo paralizado por el miedo, como hizo con otros pueblos?
Existe una razón por la cual Di-s actuó de la manera en que lo hizo. La sumisión de una nación a Di-s, es un mérito para ella. Así, Egipto sabrá que Yo soy Di-s (Exodo 14:18). Lo mismo con los Filisteos y los poderosos de Moáv; todos se inclinaron ante la majestuosidad de Di-s y fueron instrumentos para la revelación de la soberanía de Di-s sobre el mundo. Este mérito suyo les permitirá ser recompensados en la Era Mesiánica, al Final de los Días.
Amalék, empero, adolece de bien alguno. Ni él, ni quienes se le asemejan, pueden servir de instrumento para coronar la soberanía de Di-s. Por eso Di-s eliminó todo vestigio de temor del corazón de Amalék, para que eternamente se mantenga alejado de El.
Y será cuando Di-s, tu Señor, te alivie de todos tus enemigos en derredor… (Deuteronomio 25:19) – cuando no haya más temor de guerra, cuando el miedo a Amalék desaparezca y no exista cosa alguna que obstaculice la reverencia del mundo hacia Di-s – … borrarás la memoria de Amalék de debajo del cielo (ibíd.). Como si Amalék jamás hubiera existido, ni él ni su perversidad. Será un mundo perfecto y rectificado, como una nueva creación; un mundo sin Amalék.
EL ODIO COMO MITZVá
Hasta aquel día en que Di-s nos dé descanso de nuestros enemigos y los convierta en nuestros amigos, no guardamos odio a ningún pueblo salvo a Amalék. La Torá misma, toda bondad y misericordia, es la que nos ordena el odio a Amalék, combatir contra el veneno y la corrupción que introduce en las demás naciones, así como contra la perversión con que nos infecta, haciéndonos vulnerables a la atracción que ejerce el mal.
La nuestra no es una guerra de conquista o subyugación. No pretendemos obtener de Amalék ningún beneficio ni placer, nada que le pertenezca.
Tenemos el deber moral de mantenernos distantes de su perversidad, y no hay distancia mayor que la que nace de la enemistad eterna. Debemos erradicar todo vestigio de la maldad de Amalék de nuestros corazones y de los corazones de toda la humanidad. Cuanto mayor sea nuestro odio a Amalék, tanto mayor será el amor de Di-s que crecerá en nuestro interior, y más profunda será nuestra adhesión a El y a Su servicio.
Rab Eliahu Kitov